El Cultural

MARÍA ADÁNEZ

Ernesto Caballero es uno de los nombres más destacados del teatro español. Eficaz director de escena, la calidad de su dramaturgia resulta indiscutible. Su maestría se mantiene en el medio centenar de obras que ha estrenado. En 2017 fue Premio Valle-Inclán. Autor de comedias vertebradas por la profundidad intelectual, ha triunfado también como director al frente de obras de Juan Mayorga, de Paloma Pedrero, de María Manuela Reina, de Bertolt Brecht, de Rafael Alberti, de Calderón, de Galdós, de Ionesco, de Chejov, de tantos otros. Se atrevió incluso con Cervantes, haciendo una adaptación memorable de El trato de Argel. Ernesto Caballero, en fin, es el teatro. El teatro auténtico sentido desde lo más profundo de la sensibilidad artística Su última obra se titula La gramática, estrenada en el Matadero, en la que sin ofender a nadie hace una sutil crítica de lexicógrafos y lingüistas a los que respeta y elogia, pero deja claro que si se hablara y escribiera como algunos de ellos exigen estaríamos en la caricatura de la lengua española. Con escenografía de Víctor Longás, vestuario de Anna Tusell, producción de Rafa Romero y Maite Pijuan, dirección técnica de Moisés Cuenca, La gramática ha cosechado un éxito abrumador, tanto de crítica, como también de público. Los aficionados al teatro saben que con Ernesto Caballero hay seguridad de contemplar sobre la escena calidad y acierto. El dramaturgo ha contado además con una actriz excepcional: María Adánez, bien secundada por José Troncoso. La obra tiene tal vez algunos defectos que corresponde a la crítica especializada señalar. Pero resulta abrumadoramente positiva y así lo ha entendido el público que abarrota el teatro función tras función. María Adánez, por cierto, se ha convertido en una de las grandes actrices españolas. Creí yo en su día que no sería capaz de saltar de la alegre popularidad de la televisión a la exigencia del teatro, al temor y al temblor de la escena. Pero resulta que pasa la batería como un misil y es capaz de transitar desde la sobriedad a la intensidad, desde la sonrisa al aspaviento sin perder ni por un momento el control del papel que interpreta. María Adánez bordó las exigencias de gran actriz en Salomé, en La tienda de la esquina, en La perfumería, en La señorita Julia, en La verdad, en Las brujas de Salem. Su andadura teatral está unida a Arthur Miller, Miklos Laszlo, Miguel Narros, Paco Becerra y tantos otros nombres cimeros. El inolvidado Narros me dijo durante la sobremesa en un almuerzo en el ABC verdadero: “No pierdas de vista a María Adánez. No la confundas con la superficialidad de la televisión. Lleva el teatro en la sangre. En poco tiempo la veremos actuar a lo grande”. De la mano de Ernesto Caballero, María Adánez alcanza la plenitud en La gramática. Deslumbra al público con su vis cómica y su capacidad expresiva para la ira y la indignación. Domina la escena. Ha sido capaz de encender la obra de Ernesto Caballero poniéndose al servicio de un texto especialmente sutil y de complejos matices. Cuando estrenó El pequeño poni recordé el pensamiento de Ortega y Gasset sobre la significación del espectáculo teatral que evade al hombre de su cotidianidad y le conduce a la reflexión profunda sobre los problemas de nuestro tiempo. Federico García Lorca que, tras su viaje a Nueva York, se anticipó veinte años con El público al teatro del absurdo, pensaba que la escena había sido siempre desde los griegos un espejo colocado delante de la sociedad para reflejar los problemas de cada época. Los problemas personales, familiares, sociales, políticos… Dejó una obra de alto nivel. Fue vilmente asesinado cuando estaba en la plenitud creadora tanto en la poesía, con sus Sonetos del amor oscuro, como en el teatro, recorriendo España de pueblo en pueblo, el carro de Tespis, para acercarse a lo más auténtico de la sociedad española. Seguir leyendo