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GUERRA VIRTUAL DE TÍTULOS ENTRE DÉPOR Y CELTA

La Opinión A Coruña

GUERRA VIRTUAL DE TÍTULOS ENTRE DÉPOR Y CELTA

Elon Musk ha donado 75 millones de dólares a la campaña de Donald Trump. Dan ganas de irse a la casa de Musk, Twitter, ahora llamada X, a protestar, a poner un tuit. Sería un tuit destinado a naufragar en un océano de algoritmos que lo mecerían hasta hacerlo llegar a unos pocos destinatarios mientras los tiburones de esa red, los arrecifes, los Titanic, los depredadores y las algas mierdosas flotantes circulan a toda velocidad zampándose la discrepancia, la equidad y a los pobres. Las redes son ya países, naciones, empresas de gigantescos intereses. El campo de juego se achica y las libertades no corren libremente sino impulsadas por el combustible del dinero. Bueno, como antes, como cuando los magnates se compraban periódicos o emisoras de radio y televisión. Tuitear es alimentar una visión del mundo: la de Elon Musk, creyéndonos influyentes, estamos siendo meramente fluyentes. Todos en la batalla por los me gusta mientras lo que a Musk le gusta es la batalla política. Y nuestra atención. 75 millones. Calderilla. Ese desembolso, tal vez no el único que haga o haya hecho, apenas representa el 0,03% de su fortuna, valorada en 241.000 millones de dólares. Busco por puro morbo un tuit de Kamala Harris. Un tuit suyo en esa red sería como si yo voy a pegar un cartel a casa de un adversario. Sería un tuit destinado a durar poco, si bien, no es descartable que Harris, su equipo, pague a X, o sea a Elon Musk, para que sus tuits circulen mejor. Paradojas ¿ de la libertad o del capitalismo? Uno ya va teniendo años para recordar la importancia que le dio a Facebook Obama en su día. Hoy a Facebook le dan importancia los que tienen que comunicar a sus amistades que la barbacoa del domingo salió bien. Qué buenas las costillas, oye. Pienso en qué se puede hacer con 75 millones, pero me entra dolor de cabeza. Cosas de tieso. Cuántos mítines se pueden organizar, cuánta publicidad se puede pagar. Hay mucho en juego pero no cabe duda de que, como siempre, los más fuertes juegan muy fuerte. Ellos no se enredan. Al poco de arrancar el tren, mi vecino de asiento me invitó a reparar en la belleza de la lluvia al golpear con violencia la ventanilla. Levanté la cabeza del libro y observé las gotas que, como balines, se estrellaban contra el cristal y se deshacían para formar una película de agua que deformaba un poco la visión del paisaje rural semioculto bajo la niebla. Habíamos salido de Sevilla bajo una manta de agua deliciosa, si a uno le gustan las delicias. Pero no eran las gotas las que se estrellaban contra el tren, sino el tren el que se estrellaba contra las gotas, pues íbamos casi a 300 por hora, una velocidad insólita si te ponías a pensarlo. Recordé una pregunta que me hago con frecuencia: si corres bajo la lluvia, ¿ te mojas más o menos que si anduvieras normalmente? Un amigo mío sostiene que al correr evitas la gota de atrás, pero coges tres o cuatro de las de delante. En fin. Mi vecino de asiento atacó de nuevo: - Yo soy un hombre bueno — dijo. - Me alegro por usted — le dije yo. - No tiene mérito — replicó—, se lo debo todo a un remedio farmacéutico. Gracias a unas pastillas que tomo con el desayuno, soy capaz de reparar, por ejemplo, en la belleza de la lluvia, que a usted le había pasado inadvertida enfrascado como iba en la lectura de ese libro. Le di la razón porque era verdad. La lectura me abstrae Las ramificaciones de la rivalidad histórica entre el Deportivo y el Celta trascienden al césped en el que se baten los equipos. Las redes sociales son terreno habitual de piques entre ambas aficiones. En esta ocasión, fue el Celta el que lanzó un órdago al de la belleza de la realidad. Lo curioso es que me aficioné a leer para huir de su horror, del horror de la realidad. - ¿ Y cuáles son esas pastillas? — pregunté. El hombre sacó del bolsillo un producto farmacéutico que vendían con receta. Tomé nota y al día siguiente me presenté en la consulta de mi médico y le conté la historia del tren. - Yo también quiero ser bueno — concluí. El médico sonrió como un chamán ante un miembro desgraciado de la tribu. Luego rellenó la receta y me aconsejó que no bebiera alcohol mientras durase el tratamiento. Y bien, hace una semana de esto y puedo asegurar que me he vuelto bueno. Bueno en el sentido de ser capaz de aceptar la belleza de la lluvia, incluso de su ausencia, cada vez que me asomo a la ventana. No es mucho, pero es un buen comienzo. La medicina del hombre blanco funciona. Madrid, apelando al « título que nunca tendrán » , es decir, la Intertoto. La cuenta del Dépor decidió replicar haciendo gala de palmarés, lo que motivó la contestación del perfil celtista y una nueva pugna entre los irreconciliables seguidores de ambos clubs. Hablemos de números. Por ahora, solo de números. Un barco con 70 tripulantes, cinco días entre ida y vuelta. El trayecto parte de Lampedusa y arriba a la costa albanesa. Los pasajeros: 16 náufragos rescatados por la guardia costera italiana. El coste del traslado ronda los 18.000 euros por pasajero. ( Curiosamente, lo que cuesta dar la vuelta al mundo en un crucero de 117 días). El destino final es el primer centro de deportación de la Unión Europea ( UE) fuera de su territorio. Una gran prisión, cuya factura está prevista que alcance los 800 millones de euros en cinco años. Sigamos hablando de números. Esas 16 personas, desorientadas, convertidas en espectáculo político y periodístico, quedan reducidas a una docena. Dos deben ser devueltos a Italia por ser menores y dos más porque presentan vulnerabilidad extrema. Los 12 restantes quedan detenidos en la fortaleza. Barracones prefabricados en un lugar inhóspito y siete metros de vallas de acero para recordarles que no tienen un lugar en el mundo. El uniforme obligatorio, una humillación más. Un periodista preguntó si era de color naranja ( moda made in Guantánamo). También podía haber inquirido si era un pijama de rayas. Es negro, cómo no. Un juez italiano tiene 48 horas para decidir el destino de los 12 internos. Lo que venga después es incierto. Si el sistema se regulariza, la fortaleza pronto quedará saturada. Si la idea es copiada por otros países de la Unión Europea, la distopía ya es una realidad. Una UE rodeada de tétricos campos de deportados y habitada por una población envejecida, empobrecida, temerosa y ruin. Sin suficientes trabajadores como para mantener el sistema de bienestar, desviando ingentes partidas del presupuesto al negocio de la seguridad ( que volverá paranoica a una mayoría y enriquecerá a una minoría) y demasiado mezquina como para preguntarse lo que ocurre detrás de esos siete metros de valla. La factura carísima del plan de Meloni es el precio de la pedagogía. Para los migrantes, pero, sobre todo, para nosotros. Educar en racismo sale carísimo. 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